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Lección de valentía

Lección de valentía

 

 

Hoy me has dado una lección, una lección de valentía. Se supone que soy yo la que tendría que darte lecciones, no en vano te llevo unos cuantos añitos. Sin embargo has sido tú la que hoy ha tomado prestado mi traje de Lara Croft y se ha enfrentado a todo un gigante. He llegado tarde, pero justo a tiempo de ver esos pequeños rasguños que te recordarán durante un tiempo la batalla, y que te harán una persona más fuerte en el futuro. Yo seguiré por aquí por si me necesitas. Y, gracias, mil gracias, por la clase magistral de hoy.

Ocho de marzo. Día Internacional de la Mujer.

Ocho de marzo. Día Internacional de la Mujer.

Desgraciadamente todavía hay quien se cuestiona la necesidad de dedicar un día a esta causa. Parece que en una sociedad  progresista y desarrollada como la nuestra, aquellas mujeres que todavía creemos que es importarte reivindicar nuestro derecho a ser iguales frente a los hombres, estamos actuando con una cierta ligereza.
Admito que puede parecer una frivolidad el quejarnos si comparamos nuestra situación con la de muchas mujeres que viven en otros lugares de este planeta. Su sufrimiento no es remotamente comparable al nuestro, es cierto, pero también lo es el que con nuestro pequeño granito de arena, con nuestra lucha diaria por la igualdad, queremos contribuir a crear un mundo mejor y más justo también para ellas.
A este lado del planeta, algunas mujeres somos tremendamente afortunadas: hemos podido tener acceso a la educación, tenemos un trabajo, somos económicamente independientes, respetadas, a veces incluso admiradas, aplaudidas, imitadas,… Lástima que en un mundo tan perfecto, esta sociedad progresista y desarrollada, de la que todos formamos parte, y de la que todos, por lo tanto, somos responsables, esté creando nuevas formas de esclavitud, dirigidas exclusivamente a nosotras las mujeres.
Hace unas semanas vi por primera vez esta fotografía. Me impresionó muchísimo y me dejó sin palabras. Es la imagen de una modelo, y por desgracia, “el modelo” para otras muchas mujeres.
 

Una modelo esclava.

Una esclava modelo.

 

Catorce de febrero

Catorce de febrero

Mi casa ha sido tomada por las flores.

La Luna

La Luna

Miro la luna. La miro y la remiro desde mi ventana, y al mismo tiempo imagino que ella también me mira y me habla. La Luna, tan bella, tan paciente, tan sabia. La interrogo y parece que me sostiene la mirada, al tiempo que me responde con su silencio milenario.

Sueña lo que hago y no digo
sueña en plena libertad
sueña que hay días en que vivo
sueña lo que hay que callar.

                   (“En el claro de la luna”, Silvio Rodríguez)

Cuatro

Ésta es mi primera vez. La verdad es que nunca antes había completado un meme, pero soy incapaz de resistirme a un reto. Ahí va.
 
Cuatro trabajos que has tenido (algunos brevísimos y ninguno de ellos el actual):

 

  1. Vendedora de flores.
  2. Profe particular.
  3. Intérprete en un juicio.
  4. Monitora en el extranjero.

 

Cuatro trabajos que me hubiera gustado tener:
1.     Superwoman.
2.    
Decoradora.
3.    
Escritora.
4.     Pintora.

 

Cuatro películas que puedo ver una y otra vez:
1.     
El color púrpura (drama).
2.    
Cualquiera de Indiana Jones (aventuras).
3.    
Los padres de ella (comedia).
4.     Pretty woman (romántica).

 

Cuatro sitios en los que he vivido:
1.      
Un pequeño estanque en Euskal Herria.
2.    
Un pequeño estanque en una isla.
3.    
Un pequeño estanque a miles de kilómetros.
4.    
Mi estanque virtual.

 

Cuatro programas de TV que me gustan:
1.     
Las noticias.
2.    
Cualquier buen programa de investigación.
3.    
Un buen concierto.
4.     El programa de cocina de José Andrés.

 

Cuatro lugares recientes donde he ido de vacaciones
1.     
Túnez.
2.    
República Dominicana.
3.    
El Mediterráneo.
4.     Ávila.

 

Cuatro lugares a los que me gustaría ir (algunos ya los he visitado, pero me encantaría volver):
1.     
La Habana.
2.     Argentina.
3.    
San Francisco.
4.     Londres.

 

Cuatro platos favoritos (qué pena que sólo sean cuatro):
1.     Chocolate (de cualquier forma).
2.    
Un buen pescado al horno (sobre todo el besugo).
3.    
Lasagna (aunque me conformo con cualquier clase de pasta).
4.     Magret de pato con salsa de frutas del bosque y cebolla caramelizada.

 

Cuatro sitios que visito a diario:
1.      
Hotmail.
2.    
Yahoo.
3.    
Varios blogs.
4.    
La web de un cantautor que me ha llegado muy hondo.

 

Cuatro lugares donde me gustaría estar en este momento:
1.     
Mi cala favorita en Port de la Selva.
2.    
Cenando en un buen restaurante con un buen vino tinto.
3.    
Paseando junto al mar bajo las estrellas (en un lugar cálido).
4.     Mirando la Tierra desde la luna.

 

Cuatro personas a las que se lo paso:
1.      
A cualquiera que pase por aquí.
2.    
A cualquiera que pase por aquí.
3.    
A cualquiera que pase por aquí.
4.
    
A cualquiera que pase por aquí.

 

 

 

Intrusismo profesional versus intrusismo entre sexos

Intrusismo profesional versus intrusismo entre sexos

      Algunas reacciones no dejan de sorprenderme, especialmente en pleno siglo XXI.  Siempre he creído que toda persona es libre de iniciar su propia aventura en el campo profesional por el que, en un momento determinado, se sienta atraído. No critico, por tanto, al torero que aspira a convertirse en estrella del pop, ni al deportista que quiere hacer una incursión en el mundo del cine, ni al carnicero que aspira a convertirse en piloto de fórmula uno, ni al abogado que busca hacerse un hueco entre los más admirados chefs… Nunca está de más tener un pequeño sueño, ¿no?

     Ahora bien, cada uno de ellos debería estar también dispuesto a reconocer sus propias limitaciones y a admitir las críticas más despiadadas. Así, el torero debería estar dispuesto a aceptar que de su garganta no sale ni un solo acorde aceptable; el deportista, que su papel no es en absoluto creíble; el carnicero, que avanza más en bici que en el último prototipo de Ferrari; y, el abogado, que cualquier juez estaría más que dispuesto a encerrarlo por atentar contra la salud pública. Pero todo esto, claro, ha de ser previamente probado.

     No sucede lo mismo con el intrusismo entre sexos. He aquí el último ejemplo que me ha tocado de cerca. Se me ha estropeado la lavadora y he llamado al servicio técnico para que vengan a repararla. Por supuesto, como es jueves por la mañana y están “terriblemente ocupados”, me hacen pasar todo el fin de semana sin lavadora. Acuden, por fin, después de varias llamadas desesperadas, todo hay que decirlo, el lunes a primera hora. Como yo no estoy en casa, una amiga recibe al técnico que rescata de las entrañas de la máquina un par de conchas de mar y un trocito de plástico de aspecto sospechoso. Hasta aquí nada fuera de lo normal. El muchacho saca el impreso de la factura y rellena todos los campos. Nada que objetar, todo muy profesional. Mi amiga le entrega un billete de 50 € y aquí empiezan los problemas. Al parecer, se trata de un billete  tan poco corriente que el técnico, a pesar de ser el primer domicilio al que acude esa mañana, no ha previsto que podría necesitar cambios y empieza a quejarse. Mi amiga, cómo no, se compadece y llama a las vecinas para conseguir los preciados cambios. No hay suerte y opta por bajar a la farmacia, escoltada por el técnico, por supuesto, no vaya a ser que le dé por echar a correr y huir a refugiarse en el club de los morosos. Por fin consigue su objetivo y el técnico se marcha satisfecho. ¡Qué bendición! La lavadora vuelve a funcionar.     

     Es miércoles por la mañana y me marcho al trabajo. Antes de hacerlo pongo el lavavajillas. Mi amiga, que también me ayuda con las tareas del hogar, llega a mi casa y se encuentra con una perfecta réplica del océano Atlántico en medio de la cocina. Algo sucede con el lavavajillas y opta por apagarlo. Al llegar a casa me encuentro una nota e inmediatamente me doy cuenta de lo que ha sucedido. El técnico de la lavadora, que había estado manipulando los tubos, ha dejado mal el del lavavajillas y el agua ha salido inundándolo todo. Es la segunda vez que sucede. Hace un par de años tuvimos el mismo problema y fue mi compañero el que finalmente arregló el desaguisado. Me intento relajar y me dispongo a prepararme la comida. A estas horas tengo un hambre voraz y decido prepararme un plato de pasta. Me impaciento. La comida tarda más, mucho más, de lo esperado. De repente, mis ojos se clavan en la vitrocerámica. El pilotito no funciona y empiezo a mosquearme. Retiro la cazuela de la placa y, ¡oh, sorpresa!, aquello está más frío que la ganadora de Miss Frígida 2005. Me desespero. El técnico me ha arreglado la lavadora y, al mismo tiempo, me ha inutilizado el lavavajillas y la vitrocerámica. Les llamo indignada y les explico con pelos y señales mi desesperada situación. La mujer que atiende mi llamada me comunica, con una voz muy profesional, que pasará el aviso al técnico. Me tranquilizo. Algo tan urgente como no poder cocinar con este tiempo invernal ha de ser resuelto en breve. Sólo mi peor enemigo se regocijaría al saberme condenada a comer frío, probablemente ensalada y embutido un par de veces al día. La tarde toca a su fin y el técnico no ha aparecido. Tengo un cabreo impresionante. Llega la mañana y, nada más levantarme, cojo el teléfono. Marco una y otra vez el teléfono del servicio técnico, pero en vano. Tengo que irme a trabajar. Mi buena amiga me dice que se lo deje a ella. Llama insistentemente hasta que finalmente cogen la llamada. Mi amiga vuelve a repetir la situación y, de nuevo muy profesionalmente, le aseguran que el aviso ya está pasado. Mi amiga amenaza con denunciar el caso y con pasarles las facturas del restaurante por cuantas comidas y cenas sea necesario. Esto parece tocarles la fibra sensible (esa que muchos no tienen en el corazón, sino exclusivamente en el bolsillo) y, finalmente, se apiadan de mí. El técnico pasará esa misma mañana. Aparece el técnico con un humor de perros y cara de bulldog cabreado. Ante las explicaciones de mi amiga, le espeta, de muy malos modos, que está clarísimo que él no tiene nada que ver con mi tsunami doméstico. El tubo del desagüe está atascado y por eso se ha salido todo el agua del lavavajillas. Mi amiga le comenta que esto no es posible ya que la lavadora funciona ahora con total normalidad. El técnico sigue en sus trece. Él, un profesional como la copa de un pino, con experiencia, y “hombre” para más señas, no tiene porqué hacer caso a ninguna maruja histérica (esto último, por supuesto, no sale de su boca, pero su actitud desafiante no deja lugar a dudas). Se trata de un caso clarísimo, no ya de intrusismo profesional, sino de algo muchísimo más grave: intrusismo entre sexos. Es un atasco, y punto. Él no va a arreglarlo porque nada tiene que ver con su actuación.  Mi amiga insiste y, con infinita paciencia, le explica que se trata de un piso ya antiguo en el que el mismo desagüe sirve tanto para la lavadora como para el lavavajillas. Seguramente él está pensando en ese mismo momento que ella, una mujer, es incapaz de entender la diferencia entre un desagüe y un agujero negro en el espacio. Ella le dice que hace dos años tuvimos exactamente el mismo problema, y finalmente, no sé muy bien si por dejar de oírla o como un gesto de condescendencia masculina, decide echar un vistazo. ¡Ay, vaya!  Parece que finalmente la aficionadilla a la fontanería doméstica tenía razón. Bueno, cualquiera, hasta el mejor profesional, puede equivocarse. Además de vez en cuando, hay que hacer bueno eso de que la excepción confirma la regla, ¿no?  Sí, efectivamente se le olvidó volver a colocar el tubo en su lugar. No pasa nada, un par de hábiles maniobras y voilà, todo arreglado. Todo no, comenta mi amiga. También tienes que reparar la vitro. Ni hablar, eso si que no, es algo que no entra dentro de mis competencias. Que sí, que no. Que ni hablar, que por supuesto. Que me marcho, que no se te ocurra irte. Riiiiiiing. Suena el teléfono. Mi compañero ha encontrado un huequecito para ver cómo marcha el asunto. SOS, el tipejo (perdón, quiero decir, el técnico) en cuestión quiere poner los pies en polvorosa y condenaros a la dieta fría. Pásamelo. Que sí, que no. Que ni hablar, que por supuesto. Que me marcho, que no se te ocurra irte. Bueno, vale, voy a hacer una excepción. Por increíble que parezca, los mismos argumentos en boca de un hombre suenan muchísimo más convincentes. Anda, guapa, pásame un trapito, que voy a secarte el enchufe. Lo seca y lo vuelve a secar, enciende la vitro y ¡oh, milagro, FUNCIONA! Me voy, ya tienes todo tal y como lo encontré, adiós. Adiós, gracias.

     Vuelvo a casa y me encuentro otra nota. Todo en orden. Voy a probar la vitro antes de hacerme ilusiones. ¡Horror! Por supuesto, ya no funciona: el pequeño tsunami ha sido tan bestial que la humedad vuelve a impedir el normal funcionamiento del enchufe. Anda guapa, caliéntate algo en el microondas e intenta secar el humedal valenciano un poquito más tarde. Yo también me decido por el intrusismo y, salvando las distancias, emulo a un prestigioso peluquero, intentando hacer un pequeño milagro, secador de pelo en mano. La paciencia que, todo sea dicho, no se encuentra entre una de mis virtudes, consigue salvar mi dieta. 

     Llega la noche. Voy a calentar un poquito de leche en el microondas. ¡Qué paz! El día llega a su fin. Por cierto, ¿qué es ese ruido? Corro hasta la cocina. El microondas se ha sumado al motín y ha decidido estropearse en este preciso momento. Sin perder un segundo lo apago antes de que explote. Ya está, lo tengo decidido. A la porra con las reparaciones, no podría volver a soportarlo, y lo primero, por supuesto, es mi salud mental. Mañana mismo compro uno nuevo.

El jardinero fiel

Una de esas películas que, desde luego, no me ha dejado indiferente. Como telón de fondo están esos ojos que traspasan la cámara y se te clavan sin remedio. No son escenarios de cartón-piedra, no son extras convenientemente disfrazados y caracterizados. Es la mirada de África, ésa que a menudo ignoramos para no sentirnos culpables.

 

 

También está la denuncia contra las grandes empresas farmacéuticas capaces de cualquier atrocidad  para incrementar sus beneficios. Para ellas, la vida humana, al menos la de aquellos que no pueden costearse ni siquiera los medicamentos más básicos, no vale nada.

 

 

Y, por supuesto, está la historia de los dos protagonistas. Una de esas historias que a una romántica radical como yo le hacen conmoverse profundamente.

 

Siete de diciembre

Hoy vuelvo a tener otro de esos ratitos de bajón. No es un bajón cualquiera. Es uno de esos bajones que me producen una profunda tristeza.

 

 

Es siete de diciembre. Hasta hace unos cuantos años este día era sólo uno más, uno de esos que simplemente formaban parte de la cuenta atrás hacia la Navidad, hacia un nuevo año, hacia un futuro siempre esperanzador.

 

 

Hace algo más de un par de años, uno de esos tontos impulsos irrefrenables que a menudo suelo tener me llevó a empezar a conocer (de verdad) a Indiana. Desde entonces, este día se convirtió en una fecha especial y en un motivo de alegría.

 

 

Sin embargo, hace algo menos de un año Indiana decidió poner punto y final a su viaje, y yo permanecí en el tren. Inmediatamente intuí que la despedida, aunque adornada de palabras amables y sinceras, era definitiva. Y yo cumplí mi parte del pacto: nada de hacer preguntas, nada de pedir explicaciones, sólo mi aceptación y mi despedida. Pero he de confesar que, a pesar de todo, no he dejado en ningún momento de mirar a través de la ventanilla por si se dejaba caer por alguna remota estación. Otro síntoma claro de mi enfermedad crónica: una mezcla del espíritu Pollyanna y de la necesidad de aferrarme al Principio de Incertidumbre.

 

 

Hoy le he enviado un breve mensaje y un pequeño detalle en forma de canción. He intentado con todas mis fuerzas ser breve, concisa y no dejar traslucir la intensa pena que estaba sintiendo. Sólo quería que supiese que me sigo acordando y que le deseo, como siempre, todo lo mejor.

 

      Felicidades, Indiana. Cuídate muchísimo y no te olvides nunca de sonreír.

 

Cuenta atrás

Cuenta atrás

    

     Hace ya un tiempo que no escribo. Supongo que la soledad de mi estanque pesa demasiado y he preferido dejar que los pensamientos se diluyan con el agua antes de que los lleve el viento en forma de palabra. Hoy, sin embargo, he sentido que quería escribir algo y aquí estoy.

 

     Ha empezado la cuenta atrás. Se acerca la Navidad y a mí me es imposible ignorarla. Siempre me ha encantado, para qué negarlo. Ayer por la noche, sin ir más lejos, vi en la tele el anuncio de la lotería e inmediatamente se me erizó la piel. Está claro que no tengo remedio y soy una sensiblera patológica.

 

     Además como todos los años me puse manos a la obra y pasé buena parte de la tarde adornando la casa con una banda sonora de villancicos navideños. Otra de esas tradiciones a las que me aferro y de las que disfruto como una niña.

 

     Sin embargo, he de reconocer que estas Navidades van a ser un tanto diferentes y que van a estar rodeadas de un halo de tristeza. Alguien que formaba parte de toda esta estampa navideña se apeó del tren el pasado mes de agosto y sé que va a ser imposible ignorar su ausencia. Dios mío, cuánto duele la muerte.

 

 

 

 

Acantilado

Acantilado

Estoy intentando mantener el equilibrio, pero cada vez me cuesta más.

Caleidoscopio

Caleidoscopio

Todavía no entiendo muy bien cómo soy capaz de pasar tan rápidamente de la alegría a la tristeza. Cuando parece que la vida sonríe fugazmente, cuando surge algún pequeño detalle que consigue erizarme la piel durante al menos una fracción de segundo, de repente, me topo con algo que hace que el día se oscurezca. Y todo esto muy a pesar de ese sol que ahí arriba se empeña en iluminarlo todo.
Puede que sea el otoño que tímidamente quiere abrirse paso a codazos. O puede que finalmente se me haya roto el caleidoscopio y que no encuentre la forma de juntar todos esos pedacitos que han quedado diseminados en el suelo.
Venga, Pollyanna, smile, smile, smile...

De lobos y viejas costumbres

De lobos y viejas costumbres

¡Qué difícil me resulta ponerme delante de la pantalla y escribir! Nunca me han gustado demasiado los monólogos y, mucho menos, los míos. Además, me había acostumbrado a compartir mi estanque con un lobo solitario que un buen día decidió marcharse, y desde entonces, como diría Ismael Serrano, "Ya nada es lo que era..." (una canción preciosa, por cierto). Tal vez, sería una buena idea empezar precisamente por ahí, para ver si me vuelve la inspiración de una vez por todas. Ésta será mi próxima pequeña meta.

Cocktail para una tarde de agosto

Soledad, melancolía, Silvio y Benedetti.

Del azul al negro

Estoy agotada. Un viaje interminable. Sentimientos encontrados. Del azul al negro. Mi corazón está de luto.

Para un amigo especial

Hoy es el cumple de uno de mis amigos más queridos. Es una de esas personas que hacen que este viaje merezca la pena. Es sincero, sensible, solidario, paciente, generoso y tiene un gran sentido del humor. Sus ojos (preciosos, por cierto) irradian paz a raudales y el estar a su lado me aporta el equilibrio que a menudo me falta.
Gracias por esa palabrita tan oportuna, por esa sonrisa tranquilizadora, por hacerme reír, por mostrarme el otro punto de vista, por apoyarme siempre, por preocuparte por mí, por decir, sin tapujos, lo que piensas, por hablarme de otras tierras, de otras gentes, de cine, de música, de sentimientos o de cualquier cosa que se tercie. Gracias amigo por estar ahí y por ser como eres.
Siento no estar demasiado inspirada, pero no podía dejar pasar este día sin dedicarte un poquito de mi tiempo. Eres una persona muy especial. Muchísimas felicidades. Espero que disfrutes al máximo de tu día y te deseo todo lo mejor que este viaje pueda ofrecerte. Un beso y un abrazo muy muy fuerte.

ECHAR DE MENOS

Llevo un tiempo sin escribir. Tengo el viento en contra y me cuesta abrir los ojos para ver lo que hay a mi alrededor. Además siempre me ha gustado mirar hacia adentro, imaginar, tener espejismos. A menudo, esos espejismos son tan hermosos que me gusta pretender que no son tal y termino por creérmelos. El colmo de la ingenuidad.
Pero, es tan bonito creer que las cosas no son como son, sino como las imagino. Luego, claro está, llega irremediablemente el momento del aterrizaje. No siempre es posible aterrizar con suavidad, posar de nuevo los pies sobre la tierra y encontrar debajo un campo de fina hierba. Esta vez he encontrado un sinuoso y empinado pedregal, y me está costando mucho más de lo esperado avanzar sin lastimarme. Aunque sé que no debería hacerlo, que es inútil, que sólo me causa más tristeza, no puedo evitar volver la vista atrás y echar de menos. ECHAR DE MENOS. Sí, así, con mayúsculas.

El tren de la vida

He recibido un correo realmente hermoso e inmediatamente ha saltado una chispita dentro de mí. Soy impulsiva por naturaleza, lo reconozco, y me cuesta muchísimo controlarme. Uno más de mi larga lista de defectos y defectillos.

El correo en cuestión comparaba la vida con un viaje en tren. Algo realmente acertado, por cierto, y yo, casi al instante, he reconocido en el mismo a varios compañeros de viaje. Algunos, por fortuna, aún siguen conmigo. Otros, desgraciadamente, se apearon del tren hace ya un tiempo. Uno de estos últimos tuvo que bajarse del tren de forma precipitada, a la fuerza y sin previo aviso, hace ya un año y tres meses… Todavía me cuesta mantener la calma cuando lo recuerdo. Ha pasado el tiempo, sí, pero cada vez que algo me devuelve su imagen, se me sigue haciendo un nudo en la garganta, y una lágrima rebelde entabla una fiera batalla para liberarse de su encierro. La fatalidad, esa temible compañera que viaja irremediablemente a nuestro lado, en las sombras, eso sí, esa compañera indeseada que intentamos evitar en todo momento, esa que rompe nuestra paz y hace añicos nuestros sueños, esa que se lo llevó por la fuerza sin consultar a nadie. Supongo que necesito tiempo, un poquito más de tiempo para acostumbrarme a su ausencia.
También me ha hecho recordar a otra persona que se apeó de mi tren, esta vez por voluntad propia, a principios de año, y he sentido un impulso casi irrefrenable. Me hubiese encantado enviárselo de forma inmediata, pero creo que voy a pensármelo un poco porque no quiero que se moleste, ni que se incomode. Ya se verá.

Azul

Nunca me canso de mirar la luna. Hoy, como ayer, sólo había un pedacito luminoso colgado de un cielo de un azul extraño, a la vez que hermosísimo.
El color azul se está convirtiendo, de alguna manera, en una constante dentro de mi vida en esta última temporada. Azul melancolía, azul incomprensión, azul desesperanza, azul, azul.

Hoy

Hoy

Hoy pétalos azules y corazón de luz y fuego.

El sitio de mi recreo

El sitio de mi recreo

Hoy me estreno. Creo que me vendrá bien la terapia de la palabra. A veces, sobre todo en esta última temporada, me parece que es mejor callar y pretender que todo va bien. Intento sonreír, lo intento con todas mis fuerzas; intento animar a los que me rodean; intento trabajar más y mantenerme ocupada en mil historias diferentes; intento disfrazar mi estado de ánimo para que los demás no puedan percibir el cambio; intento, en definitiva, erigir una muralla que me proteja para que nadie, absolutamente nadie, pueda llegar en este preciso e inoportuno instante hasta mi estanque, ese lugar recóndito al que apenas nadie ha conseguido acceder, ese lugar en el que soy yo misma y en el que no puedo, ni quiero, esconderme. “El sitio de mi recreo”.

Perdona, Antonio, el que haya tomado prestado el título de una de tus canciones. Sin duda alguna, una de mis favoritas de todos los tiempos.

EL SITIO DE MI RECREO
(Antonio Vega)

Donde nos llevó la imaginación,
donde con los ojos cerrados
se divisan infinitos campos.
Donde se creó la primera luz
junto a la semilla de cielo azul
volveré a ese lugar donde nací.
De sol, espiga y deseo
son sus manos en mi pelo,
de nieve, huracán y abismos,
el sitio de mi recreo.
Viento que a su murmullo parece hablar
mueve el mundo con gracia, la ves bailar
y con él, el escenario de mi hogar.
Mar, bandeja de plata, mar infernal
es su temperamento natural,
poco o nada cuesta ser uno más.
De sol, espiga y deseo...
Silencio, brisa y cordura
dan aliento a mi locura,
hay nieve, hay fuego, hay deseo,
el sitio de mi recreo.
Donde nos llevó la imaginación...